Su ser era madera de perfume,
su cabello lacustre, casi lago,
tenía la dulzura de la siembra
y el mágico no ser de ser ahora.
Aldea de milagros campesinos,
aceite fiel de lámpara escondida;
la llama del amor es alma en pena,
y se alimenta en brasa de pesares.
El ruido de su paso no hace falta
ni el eco de su voz, porque perduran,
es su presencia lo que duele a asuencia,
es ella que no es ella sino ella,
el lleno mar de los vacíos limpios
donde Dios se baña día a día.