Cada año, cuando las densas tinieblas se apoderan del silencio de la noche, se escuchan murmullos y despacio, por las lajas de las calles, se ve andar a varias figuras blancas , que llevan un hábito de monje y pesados cirios en las manos. Van orando, pero es casi imposible descifrar lo que se escucha. Son las ánimas benditas que están buscando su eterno descanso al arreglar lo que dejaron pendiente cuando vivían. Son almas buenas, milagrosas y muy agradecidas con todo aquel que rece por su redención.
El Día de Todos los Santos a las seis de la tarde, se les concede a todas las ánimas una salida para que vayan con sus familiares a recordarles que recen por ellas, y deben regresar el Día de los Difuntos a las doce de la noche. Este día también pueden aparecerse en forma de palomillas o mariposas y su presencia no infunde temor, al contrario, mucha tranquilidad. Les atrae mucho el olor del ciprés.
Esta es la historia…
Una tarde de octubre, Ambrosio Correa estaba sentado en el taller de sastrería de la casa de huérfanos. Estaba concentrado cosiendo un pantalón. Más tarde decidió a recorrer los talleres de sastrería de la ciudad para buscar trabajo, pero en ninguno encontró respuesta positiva. Al llegar al hospicio, se puso a planchar un traje sin percatarse de que la noche avanzaba. Cuando ya se sintió muy cansado, se preparó para ir a su dormitorio, pero antes de retirarse a descansar decidió pasar ala capilla a rezar un poco.
Cuando entró a la iglesia se sorprendió al observar que al fondo resaltaban una figuras revestidas de blanco que aparentemente rezaban en voz alta frente a un crucifijo. En las manos portaban candelas encendidas. Pensó que eran las hermanas de la caridad. Se fue a rezar hacia un rincón. Cuando terminó se sorprendió porque ya no estaban las figuras y la puerta estaba cerrada. Sin embargo, se retiró a su habitación y se durmió.
Una noche que salió a acompañar a unos amigos a dar serenata a una joven, les contó lo que había visto en la capilla. Don Felipe, le dijo que era afortunado, esas eran las ánimas benditas. De seguro estaban rezando por alguien que tiene una pena muy grande y por eso llegaron a la capilla. Las ánimas son milagrosas y muy agradecidas. Son espantos buenos. Cuando uno las mira es cuando le conceden un favor.
Los cinco hombres tomaron la calle de la Corona. De repente, al llegar al tanque de Candelaria, se detuvieron asombrados. En lo oscuro de la calle, vieron una columna de personas ataviadas de blanco, que en actitud de oración caminaban despacio con cirios en las manos. Al llegar a la capilla de la Virgen, ingresaron por la puerta cerrada. ¡Son las ánimas benditas!, gritó Ambrosio.
Caminaron de prisa por el Cerro del Carmen, cuando llegaron al callejón del Judío, escucharon un murmullo indescifrable que parecía bajar de la Ermita. Al alzar la vista, vieron bajar espectros vestidos de blanco murmurando en voz alta. El pánico secó su paladar y corrieron hacia la calle de Santo Domingo. Luego vieron como las ánimas se escurrieron entre os gruesos muros del convento. Aterrorizados, los músicos se perdieron en los callejones de la ciudad.
Ambrosio se echó a correr por la misma calle hasta llegar a la iglesia del Carmen. De golpe, se detuvo congelado de miedo. De las puertas de las catacumbas del templo vio salir la procesión de ánimas blancas. Quiso huir, pero los pies no le respondieron, su mente y sus labios no articulaban pensamiento alguno. La procesión de ánimas pasó a su lado y lo rodeó para seguir su marcha hacia la calle de la universidad. Cayó al suelo sin sentido y después de un rato despertó.
Casi no recordaba lo acontecido, pero sentía una gran calma. Recordó que era 1 de noviembre, por eso las vieron salir de los cementerios y las catacumbas de las iglesias. Tienen permiso de Dios para salir el Día de todos los Santos y no regresan sino hasta el Día de Difuntos. Solo una vez al año se les concede este permiso para que vayan al lado de sus familiares y amigos para recordarles que deben rezar por ellas todo el año.
Historia de la Tradición Oral de Guatemala, recopiladas por el historiador Celso Lara Figueroa.