Actualmente se utiliza esta frase para indicar que hay algo que no sabemos y que podría aclarar una situación.
El nacimiento de esta expresión se produce hacia el año 1500, cuando era común fabricar bolsas con piel de gato para guardar dinero u otros objetos de valor. Los ladrones, particularmente, al irrumpir en una vivienda, siempre procuraban dar con esa bolsa. Así, no se trataba en realidad de un felino oculto, ya que la piel del gato era la que encerraba el anhelado botín.
La frase también se vincula con la famosa historia que el literato estadounidense Edgar Allan Poe, El Gato Negro. En él, se narra un caso que se resuelve gracias a que unos policías escuchan los maullidos de un gato. El felino había quedado prisionero detrás de un muro que el asesino había construido para ocultar su crimen. Aquí sí podemos hablar de un gato encerrado, cuyo descubrimiento permitió aclarar un dilema.